Ya vamos por el capítulo diez. Estoy muy contento con el desarrollo de la historia, aunque os he de confesar algo: me mata escribir a salto de mata. A estas alturas, Mara Turing va corriendo como un pollo sin cabeza.
Es lo que tiene no ser escritor profesional y estar obligado a comer, pagar hipotecas y trabajar en cosas que producen los ingresos que me permiten dedicarme a crear historias como esta. Por cierto, a este último “esta” le habría puesto tilde, pero me estoy habituando a las nuevas reglas de la RAE, así que mi libro saldrá, muy a mi pesar, adaptado a la limpieza tildística que se está realizando (no creo que exista esa palabra, pero si se puede decir “toballa”, yo puedo inventarme una palabra).
Como os decía, cuando llego a casa con algo de tiempo para escribir, intento coger el hilo. Me leo las anteriores páginas, me repaso la línea de tiempo para intentar no caer en incongruencias ni errores de continuidad, y arranco a escribir. Siguiendo los consejos de Stephen King en Mientras Escribo, no me planteo demasiado las cosas antes de empezar a dar teclazos. Dejo que las ideas fluyan y se vayan plasmando. Suena bien, ¿verdad? ¡Pues no!
Lo que ocurre cuando uno trabaja así es que se te mezclan las últimas cosas que han pasado en la oficina con las primeras líneas del libro. Falta concentración, sobran distracciones y eso desemboca en repeticiones de palabras, frases inúltimente encabalgadas, largas… infumables.
Por suerte, me pongo a repasar y dejo las cosas más o menos potables. Será la edición final la que pula todo eso. Bueno, y mis amigos, que me darán una opinión valiosa cuando lean mi prosa recién sacada del horno. Tengo mucha suerte. Cuento con una pléyade de escritores con experiencia, periodistas y, por supuesto, niños ávidos de historias nuevas. A todos les pido que sean implacables.
Se acerca la navidad y sueño con que la próxima, en 2018, sea la navidad de Mara Turing. ¿Lo conseguiré? Se me da bien esto de ser pesado…